Las mujeres del mercado San
Camilo han dejado crónicas en la historia de Arequipa, algunas acompañando a la
extremadamente católica María Nieves y Bustamante, otras secuestrando al santo
de su predilección en defensa de su fe,
faltarían paginas para enumerar las intervenciones de estas mujeres del mandil
y la sonrisa, de la honestidad y la vida.
Al cabo de 15 minutos Don Magnolio ingresaba al mercado San Camilo
entre los gritos de una multitud de mujeres rabiosas de entusiasmo.
¡Que viva Sánchez Cerro! Gritaba Doña Entropina.
¡Que viva! Contestaban todos.
“Quien no viva a Sánchez Cerro que me bese el tracero” gritaban otras,
ebrias de Sanchizmo y listas para arremeter a quien no se aunara a semejante
manifestación de simpatía.
Don Magnolio no hallaba que hacer. Hablaba a una a otras, agradecia,
estrechaba manos, hacia venias, suspiraba, en fin el hombre estaba pedido entre
aquellas mujeronas, que hubieran querido hacerlo picadillo y banqueteárselo.
Derrepente se oyo una voz de soprano ¡Que hable nuestro papacito
Sanchez Cerro!
Todos quedaron en silencio. Fue un silencio de tumba, donde no se oia
ni el vuelo de una mosca. Magnolio se vino a improvisar, y con voz torrentosa y
clara, empezó:
¡DignaTodos hijas del Perú!
Hubo una pausa. Todos esperaban que siguiera, pero Sanchez Cerro ni
resollaba. Miraba al techo sin pestañar. La multitud medio que ya empezaba a moverse.
Magnolio se dio cuenta del peligro y no tuvo más que confesarles su
situación.
-¡Ladronas! ¡Malagradecidas! Hijas de perra! ¡De aquí nadie sale hasta
que no le devuelvan el hilo al señor Sánchez Cerro!.” (Charles)
MUY BUENA JAJAJA
ResponderEliminarJuanita era su nombre, sin apellido en la memoria. Vivía sola en una habitación en el Asilo de San Vicente de Paul en la calle Santa Rosa. Su habitación era la penúltima a mano derecha. La conocí desde que la memoria me alcanzaba. Yo tenía unos 10 años cuando era ya era una anciana de mi misma estatura y de rasgos negroides. Su contextura endeble y su arrugado rostro representaba mayor edad que la que tenía. Ella era una de las dos ancianas que visitábamos en dicho asilo para asistirlas con ropa y comida. Juanita era muy recelosa de jedar entrar a cualquier persona a su pobre habitación, inclusive nosotros. Sus historias estaban llenas de palabras onomatopéyicas y de escaso vocabulario. Nos contó se su hermano que había sido torturado por los chilenos en Tacna durante la ocupación, y su historia más emocionante que nos refería siempre, era su encuentro y almuerzo con el presidente Sanchez-Cerro. Para nosotros, dicho presidente nos precedía con una pésima reputación y total adversión, ya que mi abuelo había sido detenido y apresado por ser partidario de Leguía, por ocupar el cargo público de alcalde siendo extranjero.
ResponderEliminarLa rutina de Juanita había sido la misma desde hace décadas, custodiaba los cepos de las limosnas de los dos santos que franquean (aún) el ingreso al Mercado de San Camilo, recogía las alcancías y se dirigía al negocio de mi familia para cambiar sencillo. También era la cófrada que organizaba la procesión del Sábado de Pasión (previo a Domingo de Ramos).
Cuando las fuerzas le fueron abandonando y su vida en soledad se hizo insostenible. Fuimos en nuestra camioneta para llevar sus pocas pertenencias al Asilo Lira, y para nuestra sorpresa, encontramos un enorme cuadro (fotografía de un metro de ancho por 1.30 de alto) con las imagen de ella al lado de Sanchez-Cerro, con un hermoso marco dorado. Estaba en su cabecera, como si fuera una imagen religiosa, en lugar propiciatorio, de resguardo, memoria y admiración. Pienso que quizá en el momento en que se tomó la foto y la mando a ampliar (con gran estipendio de su pobre peculio) debió ser el día más importante de su anónima vida.
Ahora, más de cuatro décadas, su cuerpo ha debido ser reclamado por la tierra de donde provino, y el enorme cuadro de Juanita con Sanchez-Cerro en decolorido sépia pertenecen a la memoria y a un tiempo en que cantaba: “hay! mama Inés, a Sanchez-Cerro le apestan los piés!”.